Opinión de: Stella Maris Rivadero – Publicado en La Nación
El reclamo de los chicos ha llevado, en varios colegios, a revisar el Código de Convivencia.
A Remy Altuna la maestra le pidió que se cubriera con un saco, que se pusiera algo encima para que la ausencia de corpiño debajo de su musculosa negra no llevara a que sus compañeros de clase «pensaran cosas malas». El pedido de la docente del Beaumont High School de California del Sur, Estados Unidos, llevó a Remy a quejarse en Twitter, y de ahí el descontento se hizo viral. La foto multiplicada en las redes la muestra de frente y de espalda, vestida con un jean azul y una musculosa negra, todo muy casual, un outfit que no debería llamar la atención en ninguna parada de colectivos ni una reunión familiar. De ahí que su descontento recogiera adherentes a escala global, lo que muestra además que el tema de la vestimenta escolar sigue siendo terreno de disputa. Eso mismo queda expuesto en reclamos estudiantiles recientes como el «pollerazo» realizado en colegios porteños y de Morón, o el «calzazo», en Olivos, que tuvieron como finalidad cuestionar normas de vestimenta escolar.
El pedido de respetar normas de vestimenta que no generen distracciones por parte del alumnado masculino que recibió Remy en California no dista mucho de los comentarios de tono machista -en términos modernos, «micromachista»- que llevaron el año pasado a que el Centro de Estudiantes Secundarios del colegio Lenguas Vivas Juan R. Fernández convocara a un «pollerazo», en el que tanto varones como mujeres asistieron a clases en pollera. «Más allá de este código [de vestimenta] en particular, es un debate que tenemos que dar: el de la objetivación de las mujeres en la sociedad, los tabúes existentes y la violencia de género, al punto que se les pide a las alumnas que se vistan de cierta manera para no «distraer a los alumnos»», dijeron entonces representantes del citado centro de estudiantes.
En el tradicional colegio de Recoleta, no sólo las polleras estaban vedadas, sino también los shorts, las musculosas, las camisetas de fútbol y las remeras con motivos de bandas de música. El «pollerazo» tuvo efecto, y el nuevo Código de Convivencia consensuado entre alumnos, padres y docentes permite hoy el uso de polleras y shorts «a medio muslo», que no muestren la ropa interior, así como el de musculosas y de remeras de fútbol y bandas de música.
El reclamo rápidamente se replicó en otros establecimientos educativos, como la tradicional Escuela Secundaria N° 31 Manuel Dorrego de Morón, provincia de Buenos Aires, en donde los alumnos llevaron adelante su «pollerazo». Lo mismo que en el Normal 1 Fernando Fader o la Escuela Técnica 32 Gral. José de San Martín, donde los varones vistieron polleras para pedir un cambio del código de vestimenta; demanda similar a la de estudiantes del otro lado de la Cordillera, que en el Colegio Winterhill, de Viña del Mar, invirtieron roles: vistieron los varones las ropas permitidas para las mujeres, y viceversa.
En la Escuela Municipal Paula Albarracín de Sarmiento, en Olivos, el reclamo por un cambio en el código de vestimenta se inició con el «calzazo», en el que las alumnas reclamaron que se permita asistir con calzas a clases vistiendo todas esa prenda no autorizada. Sin embargo, al día de hoy esa prenda sigue sin estar aceptada por el Acuerdo de Convivencia, que tampoco permite el uso de babuchas ni pantalones con «roturas, parches o rasgaduras», al tiempo que «se sugiere discreción en los adornos, maquillajes y tinturas en el cabello».
Miguel Santos, director institucional de la escuela, cuenta que a partir del calzazo el Centro de Estudiantes llevó la inquietud de modificar el Acuerdo de Convivencia y permitir la incorporación de las calzas. «El debate concluyó en febrero de este año, cuando en una votación de la que participaron todas las partes involucradas [alumnos, padres, docentes y personal no docente de la escuela] salió que no por mayoría de las partes. La realidad es que si la votación hubiera resultado positiva hubiéramos incorporado el cambio de vestimenta, pero no fue así».
Más allá del resultado de la votación, Silvana Suárez, de 42 años, mamá de una alumna del Paula Albarracín, destaca: «Me parece que fue un gran ejercicio democrático para los chicos, donde hubo de todo: elegir si querían las calzas, elegir si hacían causa común con quienes encabezaban el reclamo, analizar cuán adecuado era el cambio, pensar activamente el porqué de la prohibición, si decidían no sumarse al pedido saber que podían ser «acusados de botones» y ver la posibilidad de generar una estrategia para bancar su decisión».
Al mismo tiempo, Silvana reconoce que basta pasar por la puerta del colegio a la hora de entrada o de salida de clases para ver que los chicos respetan bastante poco las normas de vestimenta: «Donde los chicos ven una pequeña rendija por donde meterse ni lo dudan: desde muy temprana edad las chicas van con accesorios «prohibidos» en el cabello, o los chicos con botines, y en esa etapa todavía estamos los papás detrás para ayudarlos a vestirse. Y esa falta va creciendo con los años. Sweaters con marcas visibles y zapatillas de colores creo que es lo que más se destaca hoy», dice y agrega: «Creo que en muchos casos (y como casi siempre) los padres tenemos nuestra responsabilidad».
En los colegios en los que es obligatorio el uso de uniforme, las faltas a la norma, aunque generalmente menores, son la regla: «Hace poco el colegio nos hizo un llamado de atención por el hecho de que algunas chicas que iban directamente de las fiestas de egresados que organizan los chicos en algún boliche a la escuela, se cambiaban la ropa, se ponían la remera del uniforme (que es blanca) pero no se cambiaban la ropa interior, y en algunos casos era de colores que se trasparentaban mucho con la remera, en particular fluorescentes», contó Amalia Rodríguez, mamá de un alumno del Instituto La Salle, de Florida, provincia de Buenos Aires.
Tierra de paradojas
«Esto ya existía en mi época: un día fuimos en pantalones cuando no nos dejaban ir en pantalones», recuerda la psicoanalista Stella Maris Rivadero, docente y supervisora de la Institución Fernando Ulloa, al tiempo que explica que «la adolescencia es una etapa que se transita entre aceptar las reglas de los padres y hacer un desafío a esas reglas, con lo cual la vestimenta es un elemento más con relación a desafiar la normativa que viene del mundo de los adultos».
En ese contexto resulta quizá paradójico el hecho de que tras el calzazo la votación en el Paula Albarracín no haya obtenido suficientes votos por parte de los alumnos como para modificar el código de vestimenta, el mismo que todos los días resulta transgredido por muchos alumnos y alumnas del colegio. Para Santos, «habría que hacer una lectura de por qué después de un año de debate sobre el tema la votación resultó negativa».
«Quizá de lo que se trataba en este caso era de solamente transgredir una norma, no de modificarla», sugiere Rivadero, que concluye con una reflexión sobre el efecto nulo del calzazo sobre la votación en torno al cambio del Acuerdo de Convivencia: «La adolescencia es el tránsito de múltiples conflictos y tironeos entre lo que se debe y se puede, y lo que cada uno quiere. Es, además, un momento de paradojas y de contradicciones permanentes».