El psicoanálisis, desde sus inicios, plantea que los niños/as son sujetos en tiempos de formación, que dependen para vivir material y afectivamente de los padres o de alguien que le sean importantes y significativos.
Los padres o quienes cumplan con dicha función, estarán a cargo de su crianza, que se desarrollará siempre en una época determinada y con condiciones socio-ambientales particulares y únicas.
La infancia es ese primer tiempo fundamental en donde el psiquismo comienza su constitución, que aún no será la definitiva.
Se necesitará el tránsito por la pubertad y la adolescencia para que la psiquis adquiera las operaciones que le son más esenciales.
Decíamos que el psicoanálisis, de la mano de S. Freud, lesotorga a los niños/as el derecho a la palabra, a la expresión de sus sufrimientos y también le da lugar a la escucha de los padres, o quienes ocupen su lugar, como integrantes fundamentales para ayudar en el proceso terapéutico, toda vez que necesitamos brindarlo al niño/a.
Los padres o los encargados de llevar a cabo la trabajosa tarea de la crianza, son quienes consultan al terapeuta, en muchos casos por iniciativa propia, en otros por consejo o indicación del establecimiento escolar.
El psicoterapeuta escuchará atentamente a los padres, que en general se encuentran atravesados por la angustia, la preocupación, por aquello que “no anda en el niño o la niña”.
El analista prestará oídos para escuchar, en principio, si eso que“no anda” forma parte del sufrimiento del niño/a, o si sólo es algo que perciben los padres. También puede ocurrir que sea una preocupación para el establecimiento educativo, porque el/la infante no responde a los ideales de la época. O bien, loque es peor aún, que la manera en que se expresa el niño/a en apariencia coincide con alguno de los “diagnóstico/s”que recorren nuestra actualidad y atraviesan también a la infancia (por ejemplo, el TDAH, trastorno por déficit atencional e hiperactividad).
El trabajo del psicoterapeuta con los padres del niño/a resulta fundamental e imprescindible desde la orientación psicoanalítica.
Si el analista toma al niño en tratamiento, es porque escucha que el niño/a está sufriendo, en tanto quedó detenido a nivel de su subjetividad en algún tiempo en el que era necesario un avance; o bien porque efectuó una regresión a otro tiempo más temprano, quizás porque está atravesando algún tipo de duelo (detectable o no); o porque tiene dificultades para establecer vínculos con sus semejantes y otras tantas cuestiones que pueden ser causa de dolor y/o sufrimiento psíquico.
El psicoterapeuta, si toma al niño en tratamiento, prestará su cuerpo para jugar con el/la infante. El juego (que incluye el dibujo, la traza, el modelado, etc.) será el componente esencial en el tratamiento.
¿Y por qué afirmamos que el juego es importante, y más aún, insustituible en el tratamiento de niños/as?
Porque es a través del juego que ellos expresan sus vivencias, las más placenteras, las más traumáticas. También será en el juego en donde se podrá leer qué lugar ocupa el niño/a en el vínculo familiar.
Asimismo, el niño mientras juega va estructurándose psíquicamente: maravillosamente va realizando diferentes operatorias psíquicas necesarias para su vida, en el tiempo de la niñez y como futuro adulto.
Entonces cuando un niño en terapia juega con el analista (en forma presencial o de manera virtual) no sólo le está mostrando –sin saberlo desde su percepción consciente– cómo se encuentra en su vida y cómo vive sus problemáticas, sino también ocurre que el terapeuta, al prestarse al juego y jugar, está donando, en ese mismo acto, la posibilidad de que el niño/a lleve a cabo procesos psíquicos imprescindibles para su subjetivación. Enorme la tarea del psicoanalista que atiende niños/as.
La clínica y la investigación psicoanalítica en el campo de la niñez demuestran la gran permeabilidad y apertura que tiene la niña/o para desanudar y desarmar sus conflictivas en poco tiempo, a diferencia de los adultos.
Asimismo se pone en evidencia la cantidad de niños/as que son etiquetados con “diagnósticos de moda”, que en muchas oportunidades desembocan en la medicalización de la infancia, con las graves consecuencias que ello ocasiona.
Los adultos, de quienes los niños/as dependen totalmente, somos los que debemos estar advertidos de este peligro de la época: diagnósticos hechos a la carrera, basados en manuales de psiquiatría y que lamentablemente desplazan su singularidad, y muchas veces se imponen sobre los niños, dejando de lado sus subjetividades y el entrecruzamiento entre éstas, las particularidades de la familia y el contexto socio-ambiental donde transcurre su crianza.
Sólo en casos muy excepcionales, un niño/a necesita ser medicado.
En su gran mayoría, los niños/as deben ser escuchados y tratados, si es necesario, con una terapéutica psicológica que incluya a los padres y, fundamentalmente, aquello que al infante le es propio: el juego sostenido y desplegado en un espacio entre el terapeuta y el niño/a.
Un niño/a no es un diagnóstico ni un coeficiente intelectual; es un sujeto en formación con todo derecho a la expresión, a la palabra, y que tiene, fundamentalmente, un futuro para desplegar sus potencialidades, siempre únicas y valiosas.
Por favor, entre todos/as no permitamos que se cosifique a los niños/as y se los encierre en una lata diagnóstica. Menos que menos se los medicalice, sacándolos del juego.
Ayudémoslo, si sufre, con el juego terapéutico, con sus padres y familia, sabiendo de antemano que siempre lo escucharemos y le abriremos la puerta para que salga a jugar.