Publicado en LA NACION – Opinión de: Stella Maris Rivadero
Preocupa el estado en el que llegan los chicos de 14 años o más a partir de los jueves a la noche
Fabiola Czubaj
En las guardias de los hospitales, los jueves a la noche comienzan a verse los efectos que deja el exceso del alcohol en los adolescentes. Hasta el domingo a la madrugada, como cada fin de semana, se sucederán las consultas de chicos alcoholizados.
«Existe mucha preocupación por los cuadros de intoxicación alcohólica grave con la que están llegando chicos de 14 años en adelante. Los jueves, los viernes y los sábados son los días pico en las guardias de los hospitales. Los chicos llegan con concentraciones de alcohol en sangre muy altas que ponen en riesgo su salud», explica Carlos Damin, jefe de Toxicología del Hospital Fernández y presidente de la Fundación Niños Sin Tóxicos (Fundartox).
Cada año, también preocupa un poco más el «último primer día» o UPD. Los estudiantes secundarios celebran el primer día de clase del último año sin dormir, después de haber pasado la noche tomando alcohol. «La permisividad de los padres es cada vez mayor. No hay conciencia de los riesgos. Este año, algunos colegios nos derivaron alumnos para controlar y padres que fueron a buscar a sus hijos y consultaron por el estado en el que se encontraban», comenta Damin.
Con la psicoanalista Stella Maris Rivadero, coinciden en que la permisividad de los adultos, los estímulos consumistas del entorno y la ausencia de promoción de la salud y prevención están empeorando este problema. «El consumo de alcohol en los chicos es un tema grave que sigue creciendo -indica Damin-. La única solución es la promoción de la salud y eso no lo pueden hacer las familias solas.»
Consideró clave que el Estado aplique políticas públicas orientadas a que los padres sepan qué hacer. «Los chicos copian y en las familias hay una tendencia, en especial de los padres jóvenes, al abuso», dice, ya sea de alcohol o medicamentos.
Para Rivadero, Docente y Supervisora de la Institución Fernando Ulloa, también existe cierta ceguera social del exceso. «Se toma el consumo de alcohol como una diversión, se banaliza, a veces desde entes como la escuela u organismos oficiales, o los mismos padres, que creen que el alcoholismo es un mal menor», sostiene.
Y afirma: «Estamos descuidando a nuestros adolescentes cuando les permitimos beber así. Pareciera que está mal visto prohibir o imponer la ley. Eso acota los excesos a tiempo. Los padres reniegan de eso porque se dicen «amigos» de sus hijos. Pero los chicos esperan límites de ellos. Si no, no aprenderán a desear lo que no les dé satisfacción inmediata en la vida.»