La inhibición
El sujeto empobrecido
En muchas ocasiones nos encontramos, durante el tratamiento psicoterapéutico, con sujetos que se hallan frenados y/o paralizados frente a diversas acciones.
Detenidos, en suspenso, pasivos e impedidos. Son las características más propias de lo que en psicoanálisis denominamos inhibición.
Estas pueden ser estudiar, trabajar, amar, entre otras. Se encuentran, decíamos, detenidos en la acción sin estar –esto es importante aclararlo– atravesando un estado de duelo, en donde el empobrecimiento de la acción refiere allí a que la energía psíquica (libido) está aún adherida a aquello que se perdió y, por lo tanto, no se haya disponible para ser usada en el mundo exterior. En los casos de duelo, la inhibición es esperable y no refiere a una encrucijada neurótica.
¿Cómo entender la inhibición?
Cuando un sujeto está inhibido, aquello que ocurre es que, lo que denominamos nuestro Yo, el encargado de ejercer nuestras acciones, se paraliza.
Resulta muy frecuente que la persona que se halla bajo las condiciones descriptas porta las inhibiciones y las incorpora a su vida como algo natural y corriente; sin embargo, en otros casos quizás menos frecuentes, el sujeto las advierte, se da cuenta de ellas, pero de alguna manera las “acomoda” a su cotidiano vivir.
Corrientemente, la consulta es motivada por diversas circunstancias y las inhibiciones referidas son leídas más por el psicoterapeuta que por el paciente, que en muchos casos –repetimos, no en todos– las vive sin percatarse de ello.
¿Por qué nuestro Yo, motor de nuestras acciones, se paraliza ante diversas circunstancias, tales como las que antes mencionábamos (estudiar, trabajar, amar)?
Fundamentalmente, porque el Yo se defiende de la angustia que le ocasionaría ejecutar la acción.
¿Y por qué proceder, ejecutar una acción, puede producir angustia? No hay una sola respuesta, hay diferentes líneas, según el caso.
En algunos sujetos accionar, por ejemplo, en alguna cuestión laboral y/o profesional en la que desea desenvolverse, implicaría a futuro (cercano o mediano) obtener éxito y esto, paradojalmente, para otra instancia del aparato psíquico íntimamente ligada al Yo (llamada Superyó) sería imperdonable.
Freud, en su investigación clínica, llegó a describir aquello a lo que nos estamos refiriendo bajo el título de “los que fracasan al triunfar”.
Los seres humanos estamos hechos de paradojas, el mérito de Freud fue descubrirlas.
Porque estamos hechos de paradojas, porque ellas forman parte indisociable de nuestro psiquismo, en nada vale criticarlas. En cambio, resulta conveniente aceptarlas para hacer algo con ellas.
Otros ejemplos que habíamos mencionado sobre la inhibición se relacionan con sujetos que no pueden accionar en la vía del deseo erótico hacia una mujer/hombre. En general, lo que la investigación clínica psicoanalítica descubre es que en estos casos dichos sujetos se confrontan con relaciones primarias, denominadas edípicas, que no fueron elaboradas a pesar del paso del tiempo.
Por seguir, inconscientemente, adheridos a la madre y/o al padre, una mujer u hombre elegido y deseado les resulta inconciliable, porque se los asocia con sus figuras parentales con las que obviamente no cabe tener relaciones sexuales, dicha fantasía despertaría mucha angustia.
La inhibición es una defensa muda contra la angustia, por demás peligrosa porque a diferencia de un síntoma, que es aquella situación que se nos presenta en nuestra subjetividad y que nos incomoda profundamente, que en tantas ocasiones se hace insoportable por el sufrimiento que acarrea (dolores corporales, insomnio, problemáticas con la alimentación, contracturas, obsesiones de diversa índole, etcétera), las inhibiciones –centradas en el Yo– no presentan combate ni son ruidosas, entonces pueden convivir largo tiempo en el sujeto.
Claro está, el costo es muy alto porque la persona se va empobreciendo, “achicando” de a poco, perdiendo su potencial; así las cosas, su vida se va aplanando.
Entonces, volvamos sobre dos conceptos:
1. La inhibición se produce para evitar la angustia; y
2. Suele ser más muda que ruidosa y va, de a poco, empobreciendo la vida del sujeto.
Si la inhibición es una defensa contra la angustia, entenderemos por qué Freud estaba totalmente en contra y desaconsejaba profundamente el “furor curandis” (furor de curar), que implica direccionar a un sujeto a que, a cualquier precio, se sobreponga de su parálisis y actúe.
De más está decir que, como crónica anunciada, dicho sujeto caerá en una gran angustia, en una angustia desbordante.
Lo que la terapéutica psicoanalítica propone es darle un tratamiento delicado, por los motivos señalados, a las inhibiciones. Vínculo terapéutico mediante (esto es primordial), como psicoterapeutas primero las señalaremos y luego iremos, junto con el paciente, desarmando las piezas y los motivos sobre la que se instaló la angustia, que por tornarse infranqueable no le permite al sujeto avanzar en su deseo.
Si el avance sobre el deseo es necesario es porque es la única condición, desde la perspectiva psíquica, que un sujeto tiene para ser feliz, dentro de los infortunios que toda vida depara.
Autora: Miriam Mazover
Psicoanalista. Fundadora y Directora Académica de la Institución Fernando Ulloa. Más de 34 años de reconocida trayectoria en el psicoanálisis comunitario. Es autora de numerosos artículos sobre psicoanálisis publicados en revistas especializadas y medios de comunicación. Junto a la Editorial Letra Viva promovió como Directora de Colección la escritura y la confección de múltiples libros. Fue postulada por el Ministerio de Salud de la Nación, en el año 2006, al Premio Nacional “Mujeres Destacadas de la Salud”.