La crueldad que nos habita
Una cara del súper-yo
La investigación clínica psicoanalítica descubre, de la mano de S. Freud, que en los seres humanos existe una instancia dentro del psiquismo que ejerce una tiranía sobre nuestro yo, tanto que puede llegar a adquirir dimensiones tan extraordinarias que logren abrumar de tal manera al sujeto, haciéndolo caer en un cuadro clínico denominado melancolía.
A esta instancia, que oponiéndose a nuestro Yo, lo juzga, le señala de manera inquisidora que nunca se encuentra a la altura de las “circunstancias” de la vida, que exige siempre un poco más sin encontrar nunca el límite (porque lo desconoce), Freud la denominó “superyó”.
El superyó, entonces, si por algo se caracteriza es por su sadismo y su crueldad.
No se conforma ni se conformará nunca con lo que el sujeto hace, exigiéndole más y más perfección (en su imagen, en sus relaciones con los otros, en el ejercicio de cualquier rol o profesión, etc.). Bajo la presión insensata y perdurable de esa voz interna –más muda, y en ocasiones menos muda que en otras-, el superyó es fuente de padecimiento subjetivo.
Asimismo, el superyó tiene también un costado pacífico para el sujeto en tanto tiene, como instancia psíquica, interiorizada la ley: esa que Freud nombra como “ley de prohibición de incesto”. ¿Qué marca, en definitiva, esta ley? Aquello que nos está permitido hacer y aquello que no (en la familia, y en la sociedad en su conjunto).
Cuando esta ley es internalizada, no tienen que ser las figuras parentales reales (como cuando éramos niños/as) quienes distingan y orienten sobre lo permitido y lo prohibido –en el buen sentido de estos términos– en tanto que como seres de cultura es lo que nos habilita y permite vivir en sociedad, haciendo lazo con nuestros semejantes.
Ahora bien, en nuestra práctica clínica cotidiana, es muy frecuente encontrarnos con el padecimiento que acarrea la cara mortífera del superyó –que al principio describíamos–, el cual puede azotarnos desde dentro o estar corporizado en figuras exteriores (el jefe, la pareja, y otras).
Es mortífera porque, en grado extremo, puede causar la muerte de nuestro Yo, al que continuamente combate recordándole –a modo de martirio– que no llega a alcanzar el ideal que se pretende.
Sin llegar a este extremo denominado melancolía, el sujeto deberá trabajar en la psicoterapia, vínculo terapéutico mediante, la ferocidad que adquiere su superyó, específica y distinta para cada sujeto.
S. Freud afirmaba que la gravedad de la enfermedad neurótica, dependía del grado de crueldad de nuestro superyó.
En principio, el sujeto tendrá que reconocerlo. Porque en muchas ocasiones está tan naturalizado que se actúan sus órdenes despiadadas, insensatas e incumplibles, sin advertirlo desde la conciencia. Se las actúa ciegamente. En este caso, el sujeto lo único que reconoce es el padecimiento que sufre a diario, sin tener registro de que está bajo la égida de los mandatos superyóicos.
En otras ocasiones, también frecuentes por cierto, la persona nos relata que sí distingue esa voz interna con sus exigencias de más y más perfección, y nos dice que además de hacerlo sufrir en demasía, le causa una fuerte inhibición para llevar a cabo tantos y tantos actos de la vida cotidiana (desde rendir un examen, a encarar un vínculo sentimental).
Llevará tiempo de trabajo terapéutico (totalmente a beneficio del sujeto) reconocer e interrogar los mandatos superyóicos, la insensatez de estos –en el sentido de falta de buen juicio–, el capricho que encierran sus exigencias que, como decíamos anteriormente, siempre apuntan a la imagen perfecta de uno mismo.
La salida de la encerrona trágica que el superyó propone –por incumplible e imposible–, es siempre por la vía de interrogar sus mandatos, más o menos conscientes en el sujeto, lo que permitirá entender, en el sentido profundo del término, que si el superyó es mortífero y causante de intensos sufrimientos psíquicos, lo es porque pretende cerrar todo atisbo de lo que en psicoanálisis llamamos “la falta”.
Es la investigación clínica psicoanalítica, de la mano de S. Freud, la que nos anoticia que el sujeto creará una propia traza, su “marca registrada”, exactamente en el punto en donde exista un vacío, una carencia –en este buen sentido del término–.
La falta, y no la completitud sin resto que exige el sadismo del superyó, es lo que lleva al sujeto a buscar y desear algo. Solo la falta genera el deseo, y a la inversa, el absoluto como ideal de perfección, al impedir el deseo, produce un fuerte e inevitable padecimiento psíquico.
Imprimir su trazado de autor, que ni más ni menos significará su propia huella en la vida, sitúa al sujeto y lo distingue como un ser único y, fundamentalmente, creador de sus propios deseos, que en tanto los escriture llevándolos al acto, darán sentido a su existencia y vivificará asimismo el lazo con sus semejantes.
Miriam Mazover
Fundadora y Directora Académica
Autora: Miriam Mazover
Psicoanalista. Fundadora y Directora Académica de la Institución Fernando Ulloa. Más de 34 años de reconocida trayectoria en el psicoanálisis comunitario. Es autora de numerosos artículos sobre psicoanálisis publicados en revistas especializadas y medios de comunicación. Junto a la Editorial Letra Viva promovió como Directora de Colección la escritura y la confección de múltiples libros. Fue postulada por el Ministerio de Salud de la Nación, en el año 2006, al Premio Nacional “Mujeres Destacadas de la Salud”.