Publicado en La Nación – Opinión de: Stella Maris Rivadero
Las distintas realidades económicas de las familias que se reúnen el 24 pueden ser fuente de conflicto a la hora en la que los chicos abren los obsequios.
Por Laura Reina
«¿No era que Papá Noel no regalaba tecnología?», preguntó, entre sorprendido y decepcionado, Matías mientras miraba fulminante el camión a control remoto y lo comparaba con la consola de juegos que había recibido su primo mayor, de 9 años, dos más que él. Cuando Matías redactó con sumo entusiasmo su carta navideña el año pasado y escribió en letra imprenta mayúscula «Play 4» Julieta, la mamá, le dijo que pusiera otra cosa porque «Papá Noel no regalaba tecnología» y lo convenció de que en lugar de la Play eligiera un juguete lindo de los tantos que había visto en televisión.
«Fue un momento incómodo porque Matías se puso realmente mal. Decía que le había mentido y que Papá Noel no lo quería -recuerda Julieta-. Yo no sabía qué decirle, quería consolarlo y al mismo tiempo matar a mi hermano», reconoce Julieta, que este año decidió cortar por lo sano: pasar Nochebuena con la familia de su esposo, que es hijo único y por lo tanto no hay primos ni niños, salvo Teo, el hermanito de Matías de 3 años, con los cuales comparar regalos. Fin del conflicto.
Detrás de las luces y brillos de la Navidad subyacen las sombras asociadas a estas fechas. Porque más allá de los mensajes de unidad que caracterizan a esta celebración, en muchas familias conviven realidades socio económicas, códigos y hasta filosofías de vida diferentes que se manifiestan y materializan la medianoche del 24 de diciembre en forma de regalos en el arbolito. Y generan más de un cortocircuito y alguna que otra pelea familiar en pleno brindis.
Por estos días, las preguntas en torno al arbolito se multiplican: ¿Hay que fijar un monto mínimo y otro máximo para regalar? ¿Se deben establecer reglas claras y precisas sobre los presentes navideños? ¿Es necesario atender las situaciones particulares y acordar de antemano qué cosas están vedadas en el árbol? ¿O cada uno debe regalar en función de sus posibilidades? «El arbolito es un escenario que por un lado ilumina y empaqueta la cara brillosa de la Navidad, pero a la vez revela sin pudor realidades ásperas de los vínculos dentro de la familia -sostiene Susana Mauer, psicóloga especialista en familia-. A la manera de una vidriera infranqueable insinúa contener la ilusión de todos hecha paquete. La creación de un papá todopoderoso, capaz de satisfacer los pedidos de todos es en épocas de consumismo, una panacea. Pero lo cierto es que en el arbolito también se cuelan evidencias de sentimientos de insatisfacción, de rivalidad, de impotencia, de competencia y disparidad que frustran e incomodan», dice Mauer a modo de reflexión.
En realidad, los especialistas coinciden que la disparidad o la paridad forzada a la hora de regalar suelen ser la punta del iceberg de conflictos previos y fuertemente arraigados. La psicoanalista Stella Maris Rivadero, docente de la Institución Fernando Ulloa, plantea que el dinero siempre enmascara otros problemas. «En toda familia hay rivalidades que preexisten a lo económico que tienen que ver con la envidia, los celos, la competencia… La situación económica holgada puede verse como un síntoma de poder: yo puedo, yo tengo, yo gasto lo que quiero -sostiene-. Pero también pasa lo contrario: el que menos tiene se victimiza y entonces saca provecho de esa situación porque es el más beneficiado. Lo cierto es que cuando en una familia las asperezas y rivalidades están superadas, lo que recibe el otro no debería importar».
Florencia Vezzaro pasa la noche del 24 con su marido, sus dos hijos de 8 y 4 años y sus padres, hermanos y seis sobrinos. Como son muchos, el único acuerdo explícito es que sólo reciben regalos los más chicos. «Hablamos para que todos los niños reciban igual cantidad y calidad de regalos porque los pedidos son cada vez más delirantes, osados y onerosos -asegura-. Entonces entre los adultos hacemos acuerdos para que nadie se descuelgue con un superregalo y haga quedar mal al resto. Ha pasado otros años que los chicos preguntaron: «¿Por qué a tal le regalaron unos auriculares y a mí unos juguetitos?»», cuenta Florencia, que agrega que en su familia política se manejan de otra manera. «Mi cuñado tiene hijos grandes y suele regalarles cosas desorbitantes como guitarras, plasmas, celulares… La verdad es que para regalarles a ellos hay que desembolsar un monto enorme de dinero porque hay que caer o con tecnología o con alguna ropa de marca. A mí no me importa, yo regalo lo que puedo, pero a mi marido y a mi cuñada tal vez les incomoda caer con una pavadita. De hecho, ella decidió no festejar Navidad con su familia porque no puede comprar regalos para todos. Aunque se le dijo que eso no importaba, ella igual decidió bajarse porque no se sentía bien con esa situación».
Aunque puede sonar bastante drástica, los que se abstienen de compartir la Navidad con parientes «pudientes» aseguran que es una forma de autoprotección. «Cuando la persona siente que su ingreso o que el status social no es el esperado (aun cuando los ingresos o los juguetes recibidos en Navidad sean suficientes), esto impacta en nuestro bienestar psicológico -asegura Ángel M. Elgier, director de la carrera de Psicología de la Universidad Abierta Interamericana (UAI)-. La desigualdad afecta tanto a nuestra economía como a nuestra salud, y los estudios sugieren que la gente se estresa más a medida que aumentan las disparidades en los ingresos. A medida que aumenta la desigualdad, disminuye la calidad de las relaciones sociales».
Claro que pretender que en una familia, especialmente cuando muchas son ensambladas, no haya diferentes situaciones en un plano tan dinámico como el económico, es una utopía. «Lo importante no es si en la familia conviven diferentes realidades y status económicos sino cómo viven eso sus integrantes y cuán resueltos tienen los conflictos que pueden haberse generado a raíz de ello -sostiene Alicia López Blanco, psicóloga y autora La salud emocional-. Si cada uno acepta su realidad personal, es consciente de las de sus parientes, tiene desarrollada la empatía y cultiva el valor de la moderación, probablemente entienda que la valía de los presentes no está dada por su magnitud o por su precio, sino por el hecho de tener en cuenta al otro».
El inconveniente surge cuando se genera una escalada competitiva sin tener en cuenta la diversidad de situaciones: «A veces, por falta de registro, se hiere con obsequios exagerados la sensibilidad de quien no puede retribuirlos, dejándolo en inferioridad de condiciones. Si percibimos que el encuentro será pasaporte de conflictos o que vamos a sentirnos mal o incómodos, lo más sano es abstenerse de participar», asegura Blanco.
En la familia de Sandra Cameroni, administrativa de 32 años, no hay niños salvo Ian, su hijo de 7 años. Todos se regalan entre todos y para evitar conflictos fijan un monto mínimo, aunque el máximo queda a criterio del que regala. Como Sandra suele hacer un regalo más importante a su mamá y a su marido, el presente se los da en casa, lejos de las miradas de los demás. Con los regalos a Ian la «pelea» es por el exceso: ella suele sucumbir a los deseos de su hijo, algo que genera cortocircuitos con su marido. «Ian es hijo, nieto y sobrino único o sea que no hay competencia de regalos con otros nenes y es el malcriado de la familia -reconoce-. Siempre obtiene lo que quiere, pero este año pidió la Play 4 y después de discutirlo con mi marido decidimos que no se la vamos a regalar. Él ya tiene la 2 que está perfecta para su edad. Yo estaba dispuesta a sacarle la Play 4 en cincuenta mil cuotas, pero mi marido no quiso porque Ian ya rompió dos tablets. No es por la plata, sino por el valor que le da a lo que recibe».
Mejor, desdramatizar
En este contexto donde las diferentes realidades económicas alimentan tensiones, no parece exagerado decir que para muchos las Fiestas se padecen más de lo que se disfrutan. Por eso, la psicoanalista Susana Mauer asegura que hoy más que nunca «necesitamos apelar al ingenio para atravesar airosos los desafíos que plantean estas fechas». Según Mauer, los modos creativos e innovadores de festejar ayudan a desdramatizar y a limar algunas asperezas. «Cada familia va diseñando un mapa de festejo. Hoy aplicaciones como Amigo Invisible, ofrecen modos accesibles de transitar la Navidad, de regalar, de recibir. Las consignas renovadas dan a la festividad un clima más fresco y menos tortuoso».
La familia Palacios, de hecho, se toma la Navidad como un juego, en sentido literal. Desde hace casi diez años decidieron implementar la modalidad de amigo invisible y con la ayuda de la tecnología han mejorado la modalidad. «Somos seis hermanos, dos varones y cuatro mujeres. Eso implicaba que cada Navidad había que hacer un montón de regalos y algunos nos esforzábamos por hacer lindos presentes y otros compraban unos zoquetes a último momento -cuenta Lula, una de las integrantes del clan Palacios-. Como era tan desparejo, decidimos regalar un buen obsequio y hacerlo con la modalidad de amigo invisible. Participamos los seis hermanos y sus parejas, mi mamá dijo que quería hacerle un regalo a cada hijo así que ella no participa, pero sí hace y recibe de todos».
Hay un monto mínimo de $ 600 para que los regalos sean parejos en valor y una regla: no puede regalarse a la pareja. «Es algo que establecimos después de que uno de mis hermanos que le había tocado regalarle a la novia se despachó con un celular mientras los demás recibíamos remeritas. La app permite poner quien no querés que te toque. Ni yo ni mi marido podemos regalarnos. Para mí es una ventaja porque él siempre regala cosas de camping como cuchillos, cañas de pescar… Una vez le regaló una Victorinox a una hermana y ¡se quería matar! Uno de mis cuñados siempre regala libros, lo cual es un bajón porque nos juntamos el 24 a almorzar para darnos el regalo porque la expectativa es poder usarlo a la noche. O sea, queremos ropa. Si te toca mi marido o Pancho, el del libro, te arruinan la Navidad», dice Lula con humor.
Más allá de las estrategias que pueden servir para pasar el 24 en armonía, Rivadero advierte que el conflicto sigue intacto. «Lo normal sería que el que tiene mucho piense en los que menos tienen y los que menos tienen puedan pedir ayuda si la necesitan y que esto surja de manera natural, sin tantas reglas o artilugios. El mejor regalo siempre es el que se da con amor»