¿Cuál es la fantasía más habitada por los corazones enamorados? Estar siempre juntos, para toda la vida. Hacer todo junto al otro. Convivir, compartir los espacios de uno y del otro… ¿Hasta cuándo? Tal vez hasta que esas ilusiones de felicidad y encuentro se declaran obligatorias.
¿Qué acontece en el encuentro amoroso cuando lo singular se desdibuja frente al otro porque la mirada social coagula la creencia del “estar juntos hasta que… desaparezca el virus; y además cohabita en todos los aspectos de la vida cotidiana? ¿Cómo se mide el tiempo de espera? ¿Tiene límite o se transforma en la jaculatoria religiosa “hasta que la muerte (del covid) nos separe”? ¿Cuál es el límite para que el amor sobreviva a su propia muerte?
Este tiempo presente no tiene coordenadas antiguas para establecer pactos de convivencia. No estamos en condiciones de elaborar situaciones conflictivas que se nos impone a la subjetividad con huellas previas. Hay que inventarlas. Hay que crearlas. Pero… ¿acaso no es eso el amor: Una creación?
Lo actual ¿es sin referencias filogenéticas y ontogenéticas? Tal vez el sujeto no cuente con referencias históricas conocidas y los efectos que produce dicho “desasimiento” sean absolutamente novedosos y sorpresivos hasta para el mismo sujeto que los produce. La historia individual se actualiza y es muy difícil elaborar la situación traumática mientras está ocurriendo. El tiempo cronológico se superpone con el tiempo “por venir” y éste se vuelve contra sí mismo porque parecería haberse detenido el devenir. ¿Qué se detuvo junto con la actividad de la vida cotidiana? ¿El pensamiento o el aturdimiento? ¿Se detuvo el consumo de consumirnos a nosotros mismos? Y ahora estamos “entre nosotros”… juntos, los dos, de a dos… ¿ya no somos uno?
El “para siempre” implosiona en el encuentro amoroso, el desencuentro no tiene lugar en el mismo espacio y cada quien se aísla en su narcisismo buscando algunas coordenadas para volver a salir…en el mejor de los casos. O para permanecer inertes en la búsqueda de algún sentido: el religioso que apela a la culpa y necesidad de castigo, ensambla perfectamente con las neurosis y lleva a la ilusión de que el encierro producirá los anhelados efectos de armonía, paz y bien común. Pero el “Tiempo de latencia” es un tiempo angustiante ya no fue elegido sino impuesto, esta vez como mandato universal. Las consecuencias deslizan por los cauces que las coordenadas simbólicas de cada sujeto le permite y ya no es de a dos: pérdida del erotismo, rituales excesivos que “llenan vacíos”, agresividad y violencia como modos de descargas sin el atravesamiento por la palabra, pérdida del interés por los goces que vivifican. Sueños que se vuelven pesadillas.
Algo de lo imposible irrumpió en el “in-cesto” obligatorio y la salida es virtual… es hacer masa con todos y amasar el deseo “dándose el gusto de comer hasta quedar dormidos frente a la pantalla, “tirados” en el sillón donde quedarse “apolillados” con las copas de vino a medio decir de un más allá del placer… la angustia.
Entre el pasado inmediato y el presente actual no hay vacíos que tiendan lazos, no hay tiempos de hacer narraciones, hay certezas, hay creencias, hay renegación de la muerte, presente y sin velos.
Es urgente para la subjetividad hacer vacíos, ofrecer espacios para que circule la palabra y el lenguaje, tender lazos entre el adentro y el afuera, ubicar al enemigo -que no siempre está afuera- para no agredir al prójimo; abrir puertas de salida aún en el encierro: generar espacios de intimidad, delimitar los usos del tiempo compartido; salir a recorrer la gramática pulsional, caminar su recorrido, “ir yendo” hacia la sublimación de un sinsentido, hacia la parición de algo nuevo y singular que ya estaba a la espera de un acto pero no lo sabíamos, no teníamos tiempo!
Es urgente que la posición de analista salga a la palestra con su deseo. Que le haga lugar a ese resto imposible de simbolizar, ese lugar de la “casa” que nunca fue considerado propio habrá que recorrerlo e inscribir algo posible, un tiempo del instante: una tarea, una a la vez porque sólo tenemos el tiempo que damos en la experiencia y no es eterna porque somos mortales.
Dar el tiempo es equivalente al don de amor: sólo se hace el amor cuando se dona y no cristaliza en el para siempre porque su muerte llega antes y se lo lleva.
Ya lo decía el Coro en Medea: “el amor sin medida es la locura”.
Autora: Lic. María Marta Depalma
Psicoanalista. Más de 20 años de experiencia clínica con Parejas y Familias. Docente y Supervisora en la Institución Fernando Ulloa. Autora de: “De una psicoanalista que se soñó poeta ¿o fue al revés?”, «Los márgenes del amor» y «Secreto a dos copas».