Son datos del Registro Civil de Capital. Según los expertos, pegan el faltazo sin aviso al enterarse de que el nuevo Código Civil les plantea decidir qué bienes serán gananciales y cuáles no. Muchos no vuelven más: deciden no casarse.
Publicado en Clarín – Opinión de: Stella Maris Rivadero
Mariana Iglesias
Del plantón al altar. Fernando Marengo había desaparecido el día de su boda. Tres meses después, se animó a dar el sí. Foto: José Almeida
Hay muchas historias de parejas que se iban a casar y a último momento uno de los dos descubrió que el otro lo engañaba, entró en pánico o lo pensó bien y suspendió todo. También hay montones de escenas de películas y telenovelas con novios plantados en el altar. Y todos alguna vez escuchamos alguna anécdota de parejas rotas que ya habían pagado la fiesta y hasta la luna de miel. Bueno, ahora que casi nadie llega hasta el altar, y que muy pocos se animan al civil, aparece una estadística que dice que tres de cada diez parejas que se anotan para casarse no se presentan en el Registro el día elegido. El porcentaje es alto, y la explicación, sorprendente. ¿Tiene que ver con el hecho de que el turno se saca por Internet y se cancela como cualquier cita con un médico? No. Al parecer la culpa la tiene el Nuevo Código Civil, más precisamente, la parte que habla del patrimonio del futuro matrimonio, es decir, del dinero, los bienes.
Antes no había elección, las parejas se casaban y todos sus bienes eran gananciales, de los dos (“lo mío es tuyo, lo tuyo es mío”). Ahora las parejas están obligadas a optar por el régimen tradicional o por la convención matrimonial. Esta última modalidad (artículo 446 del Nuevo código Civil), permite que cada uno conserve los bienes propios y sus usufructos. Si bien el Nuevo Código está por cumplir un año (1 de agosto), aún muchas parejas no saben que esto es así, y se desayunan en el Registro, cuando un empleado, al recibir sus documentos y los de los testigos, les explica que tienen que elegir una opción y volver con la decisión tomada 72 horas antes del casamiento. Las parejas se van con esta tarea para el hogar, y al parecer, lejos de allanar el camino de futuras controversias genera grandes peleas. Al punto tal que la decisión que terminan tomando es la de no casarse.
La última estadística del Registro Civil (que depende del Ministerio de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires), dice que el 30% de las parejas anotadas para casarse no se presentan… “Imaginamos que la causa es el Nuevo Código Civil, ya que cuando vienen a presentar previamente sus documentos se enteran que deben decidir antes de casarse qué van a hacer con sus bienes, y entonces muchos después directamente no se presentan -explica a Clarín Mariano Cordeiro, director del Registro Civil-. Y creemos que es por ese motivo porque los que sí se casan no eligen la opción de separar los bienes. Se ve que todavía es algo que la gente no acepta culturalmente”.
Claro que hay suspensiones que tienen que ver con otros motivos, como accidentes u otros imperativos, “pero son los menos, y en esos casos buscan otra fecha para más adelante”, dice Cordeiro.
Los que eligen la opción de la convención matrimonial, es decir, la división de bienes, deben hacerlo ante un escribano público. “No conozco a nadie que lo haya hecho. La realidad es que no se hace. La gente lo irá incorporando lentamente. Es extraño, porque parecía que poder separar los bienes desde el principio iba a solucionar futuros problemas económicos, pero es al revés, se ve como un obstáculo”, explica a Clarín Carlos Allende, presidente del Colegio de Escribanos de la Ciudad de Buenos Aires.
“Estas normas jurídicas parecen atentar contra el amor… -dice Stella Maris Rivadero, del Instituto Fernando Ulloa-. Si el ideal es que el amor es ciego y eterno, debe haber confianza. Ante esta situación, si uno de los dos elige separar los bienes y el otro no, lo vive como un desplante, como que el otro le tiene desconfianza. Antes era más fácil. Venía de hecho, y gustara o no, era así. Renunciar a lo propio implica la pérdida de lo singular, y pasa a ser un ‘nosotros’. Tener libertad para elegir separar los bienes genera dudas y rompe con el ideal de ‘somos uno’, ‘lo mío es tuyo’, la ‘media naranja’. Se rompe con el imaginario de que el amor lo puede todo. Es una herida narcisista. El razonamiento es que si no hay confianza, no hay amor”.
En cierta manera, tiene lógica. Si ya casi nadie se casa, si ya no hay condena ni mandato social, si los hijos tienen los mismos derechos, si sólo se comprometen los conservadores y los románticos… ¿Qué sentido tendría casarse habiendo hecho previamente una separación de bienes? Eso siempre fue patrimonio de los millonarios, que firman contrato para todo, pero no de los comunes. “Sí -dice Rivadeiro-, es como si el acto del casamiento se vaciara de contenido”.