Publicado en Clarín – Opinión de: Mirta Petrollini
Afecta a más de un millón y medio de argentinos. En EE.UU. recomendaron chequear a todos los adultos. En la Argentina rechazan que sea compulsivo.
Aún en el siglo XXI la depresión sigue siendo un tema tabú, un trastorno que avergüenza. Según la Organización Mundial de la Salud, hay 350 millones de personas en todo el mundo que sufren depresión, que es la principal causa de discapacidad mundial. En Argentina representan el 5,4% de los adultos, un millón setecientas mil personas, la mayoría mujeres. Sin embargo, muchos de quienes padecen esta patología no han sido diagnosticados ni tratados. Por eso, el Grupo de Trabajo de Servicios Preventivos de los Estados Unidos acaba de recomendar que los médicos de atención primaria hagan pruebas frecuentes para detectar esta enfermedad en los adultos.
La publicación en la revista Journal of the American Medical Association dice: “Debe recomendarse el cribado de la depresión en la población adulta general, incluidas las mujeres en el embarazo y el postparto, y debe implementarse con sistema adecuado para así asegurar un diagnóstico preciso, un tratamiento efectivo y un seguimiento adecuado. Hemos encontrado evidencias consistentes de que el cribado mejora la identificación de los adultos con depresión en los centros de salud”. Y aseguran que el tratamiento con antidepresivos o psicoterapia, o con la combinación de los dos, reduce los síntomas asociados a la enfermedad. Proponen que las pruebas se hagan a los adultos con factores de riesgo, comorbilidades o experiencias vitales negativas como la muerte de alguien cercano. Para ellos, no hay daños colaterales en esta revisión generalizada. Pero algunos especialistas consultados por Clarín no opinan igual.
“La depresión, al igual que muchos padecimientos mentales, están subdiagnosticados, pero también, y es un gran problema, la depresión a veces está sobrediagnosticada. Hay pacientes que sin padecer depresión están siendo tratados, medicados, por esa patología”, dice Alberto Trimboli, secretario General de la Asociación Argentina de Salud Mental y miembro del Organo de Revisión de la Ley Nacional de Salud Mental.
El especialista no está de acuerdo con analizar a todos: “Es muy peligroso y también estigmatizante. Intentar detectar indiscriminadamente un problema de salud mental podría transformarse en una caza de brujas y generar errores que podrían tener consecuencias muy negativas, tanto orgánicas como sociales y psicológicas. La mayoría de los tratamientos para los cuadros depresivos, además de la psicoterapia también requieren medicación, y la medicación nunca es inocua. La depresión es un trastorno mental que debe ser cuidadosamente diagnosticado por profesionales de la salud mental, y solo en casos en que se sospeche causas orgánicas debe ser evaluada por un médico clínico”, asegura Trimboli.
“Lo más apropiado es que consulte a un psiquiatra o psicólogo la persona que sienta malestar psíquico durante un tiempo más o menos duradero. Muchos malestares psíquicos no son una enfermedad mental y desaparecen rápidamente, como la tristeza, los duelos, que muchas veces se confunden con depresión. La familia debe estar atenta, ya que hay personas que si bien se sienten mal psicológicamente sienten que su problema no tiene solución o no se dan cuenta de que tienen un trastorno psíquico. Lo adecuado sería que la persona consulte cuando sienta que su estado interfiere en su vida cotidiana: que le cuesta manejar su vida laboral, social o familiar. El clínico puede recomendar la derivación a un servicio de salud mental”.
Mirta Petrollini, docente y supervisora de la Institución Fernando Ulloa, hace un planteo relacionado a la desmesura de las expectativas y la frustración que eso provoca, es decir, la depresión como un mal de época, íntimamente relacionada a la cultura y la sociedad: “Una sociedad exitista impone más allá de la razón y de la necesidad, expectativas desmesuradas con relación a lo que el hombre debe hacer”.
¿Qué relación hay entre la depresión y las expectativas? “La frustración como consecuencia de esta diferencia en el éxito y la consecución de los objetivos deseados implica una rebaja en la valoración de cada persona y puede llevar a la depresión –dice Petrollini–. Se trata de aprender a valorarnos y no perder la dignidad de sujetos con independencia de los logros y fracasos que tenemos en nuestra vida”.