Publicado en La Nación – Opinión de: Diana Ramos
El planteo del film El fútbol o yo no está muy lejos de la realidad: ¿hasta qué punto debe negociarse la «pasión» individual?
«Tu pasión tengo que ser yo, Pedro, y tu refugio, esta casa, ¡y no el fútbol!», le advierte el personaje que interpreta la actriz Julieta Díaz a Pedro (Adrián Suar) en la película El fútbol o yo -de Marcos Carnevale-, que se estrena la semana entrante. Pedro, cuenta la historia, dedica todo el tiempo libre del que dipone, su líbido y el espacio libre de su disco rígido mental a seguir el devenir de la pelota sobre el césped de cualquier cancha, de la más popular hasta la más remota -de haber fútbol en la Luna, vería con igual fascinación cómo el balón se desplaza sin gravedad-, mientras su relación de pareja languidece en los entretiempos.
La soledad ante el interés no compartido por el otro no es un descubrimiento del film. Viudas del golf se hacen llamar con ironía las mujeres que tienen la desdicha (o dicha, según el caso) de tener un marido adicto a ese deporte, expresión fácil de adaptar a otras disciplinas y ocupaciones: viudas del fútbol como el personaje de Julieta Díaz, de la Play, del running… Y por supuesto que no se trata de un mal de género. Muchos de ellos, por su parte, no dudarían en reconocerse en el estereotipo de viudos del running también, o de Netflix, por ejemplo, mientras miran por sobre el hombro de su pareja la pantalla que exhibe «un capítulo más» de Velvet o de Downton Abbey, mientras especulan con la posibilidad de hacer algo juntos cuando se corte la luz.
«He atendido mujeres u hombres que, por propios rasgos obsesivos compulsivos, les cuesta despegarse de la televisión (seguir la Champion League europea, la sudamericana, la asiática, etc) o de la Play Station -comenta Roberto Sivak, docente del Departamento de Salud Mental (UBA)-. Del mismo modo habría que considerar conductas adictivas de hombres o mujeres ante las telenovelas, redes sociales o mensajerías donde su pareja podría sentirse relegada. Estos casos requerirían terapia».
Y no es sólo el fútbol, la Play o Netflix. Puede ser la pasión que despierta un nuevo estudio, una salida o actividad con amigos que se vuelve rutinaria y que comienza a tomar los que hasta entonces eran momentos de la semana compartidos por la pareja, por ejemplo. Sivak completa la lista: «Incluiría la valoración de los viajes o salidas de fin de semana: hombres o mujeres mas «caseros» que prefieren no salir y reponer energía mientras su pareja espera ansiosa una distracción o planear minivacaciones. Otro aspecto es la «vida saludable»: luego de los 40 no es sencillo compatibilizar el acuerdo de hacer footing o iniciar actividades deportivas o gimnasio o dietas cuando un miembro de la pareja nunca lo había tenido como prioridad», advierte.
El médico psiquiatra y psicoanalista Pedro Horvat explica que no se trata sólo de cuál es la actividad que interpone distancia en la pareja. «A muchos les gusta el fútbol o mirar Netflix, pero no para todos significa un conflicto. La cuestión se presenta cuando hay un interés que adquiere para la persona un valor emocional tal que no es negociable. Entonces, al no ser negociable se transforma en una imposición para su pareja», señala Horvat ,y agrega: «Para algunas personas quizás ver Netflix solas tiene que ver con una necesidad de aislamiento, porque ha contruido un recurso defensivo a través de esta actividad que le permite un equilibrio emocional. Ahora, si esta actividad es no negociable con la pareja y se transforma en un requisito de su equilibrio emocional hay algo de la persona que debe comenzar a pensar».
Ya no sos igual
«Cuando te enamorás de alguien que le gusta el fútbol, se enamora de esa persona como es, de sus rasgos propios que muchas veces representan los propios ideales-señala Diana Ramos, psicoanalista, supervisora y docente de la Institución Fernando Ulloa-. El problema surge muchas veces cuando la persona empieza a cambiar y adopta un nuevo hobby o una nueva actividad que hace que la pareja se sienta excluida, o cuando el tiempo que destina a ese nuevo interés hace que se repitan situaciones en las que la pareja pierde la compañía en situaciones que hasta entonces eran compartidas (almorzar todos los domingos al mediodía con la familia, por ejemplo). Ahí aparece entonces el conflicto».
Adriana Guraieb, psicoterapeuta de la Asociación Psiconalítica Argentina (APA), agrega por su parte: «Uno de los enormes problemas de estar en pareja es aprender a respetar y aceptar el gusto del otro, que es algo que no está en el código genético. Muy por el contrario, deberá ser apendido y puesto en práctica siempre y en las diferentes crisis vitales que atraviese cada miembro de la pareja o las propias crisis de la pareja», comenta.
Sivak concluye: «Una pareja implica un proyecto de vida de dos personas con afinidades y diferencias que requieren madurez, respeto y negociación permanente. Esto muchas veces requiere renuncias de ambas partes demorando la satisfacción inmediata personal y volviendo a acordar con su pareja. Hay mujeres que progresivamente en los Mundiales han aprendido a valorar lo artístico del fútbol o incluso se permiten elogiar el atractivo de un jugador mientras acompañan a su pareja. Hay hombres que acompañan a su pareja a ver películas románticas. Esto requiere renunciar a baluartes narcisistas donde la ilusión es que el otro está incondicionalmente a mi disposición o que sea un clon mío».