Cada pareja está constituida por dos personas que tienen subjetividades diferentes, y a la vez, coinciden en muchos aspectos de la vida.
Cada uno de los integrantes tiene, generalmente, diferentes maneras de percibir y pensar las cosas del mundo, distintas actitudes frente a un mismo hecho, disparidad de crianzas en sus familias de origen.
Las diferencias nombradas enriquecen el vínculo, lo hacen interesante, le sacan monotonía; sin embargo también pueden ser ocasión de mucho malestar y sufrimiento en la pareja.
Si lo que prevalece es el padecimiento, el vínculo pasa de ser placentero a displacentero y, en ocasiones, puede volverse tortuoso.
Tal como la experiencia lo demuestra, la pareja intenta en reiteradas oportunidades, llegar a acuerdos entre sí, sin lograrlo. Como si esto fuera poco, se logra un efecto inverso: esto es que cada integrante se siente descalificado, desvalorizado, no tomado en cuenta por el otro ni comprendido.
Aparecen las denominadas “crisis”, que desembocan en situaciones de desborde, desconfianza, falta de deseo sexual y/o indiferencia.
Se va construyendo un escenario en donde los sujetos de la pareja, comienzan a vivir un sin salida. Una encerrona.
Desean conservar el vínculo, tienen interés y entusiasmo de continuar el uno con el otro, pero la relación es mucho más sufriente que placentera.
En estas ocasiones, la consulta a un psicólogo, especializado en terapia de pareja, es muy conveniente y aconsejable.
El terapeuta de pareja oficiará, en principio, de tercero, que tiene la posibilidad de presenciar, sin tomar partido por ninguna de las partes, la dinámica del vínculo y el funcionamiento de ambos en la problemática que lo afecta.
Lejos de proponer un modelo de funcionamiento para la pareja, el terapeuta, por ser imparcial y a la vez ajeno al vínculo, hará lecturas de aquello que ocurre entre los sujetos, de las fantasías en juego entre ambos, para luego verbalizarlas.
Cuestiones que el terapeuta puede considerar y apreciar por su lugar de tercero.
Sin el objetivo de perpetuar un vínculo, menos que menos impedir una separación, si así la pareja lo considera, les permitirá a los sujetos tener un horizonte más claro uno del otro, romper con los monólogos, intentar el diálogo, para que luego sean los miembros de la pareja los que tomarán decisiones, ahora con más recursos y herramientas.
La vida de pareja, justamente por tratarse, como al principio decíamos, de dos subjetividades, no tiene porqué ser depositaria de un malestar profundo que desemboque en un sufrimiento diario.
Se debe encontrar la salida de aquello que muchas veces deriva en una encerrona, en la que se padece de a dos.