Publicado en: La Nación – Opinión de: Diana Ramos
Comedor. Horario de desayuno familiar. Laura Vargues ceba mate junto a su hija Julieta, de 14 años, cuando ingresa Matías, de 16, con gesto preocupado. «Mamá, ¿viste que se suicidó Madonna?», dispara. Laura responde con un grito ahogado y deja caer el mate sobre la mesa; no logra articular palabra. Julieta, por su parte, estalla en carcajadas; luego, más calma, pregunta: «¿Y cómo quedó?». Matías mira su celular y responde: «Pará que lo subo al grupo de WhatsApp y lo ves». Aun sin poder hablar, Laura cae en la cuenta del engaño y ata cabos: es la misma broma de la que fue víctima una de sus mejores amigas. Pero en ese caso, el «suicidado» era Luis Miguel, y la broma se viralizó en YouTube hasta que la engañada se enteró de que su gesto de sorpresa era motivo de burla pública y obligó a sus hijos a bajar el video de la web.
El menú de bromas -a veces, de mal gusto- con las que muchos adolescentes ridiculizan a sus padres en las redes es amplio. Está también el chiste «del fin del mundo», en el que se simula un ataque nuclear, así como también hay quienes filman a sus padres reaccionar ante la falsa noticia de que han dejado embarazada a una amiga, de que están saliendo con alguien mucho mayor o de que han decidido dedicarse al narcotráfico. Para muchos, todo vale a la hora de sumar views y followers en las redes sociales. Sin embargo, psicólogos especialistas en familia consultados vislumbran detrás de estas bromas virales un llamado de atención en busca de contención o, simplemente, de diálogo.
«Fijate cuando entra en escena la madre», advierte la psicoanalista Diana Ramos, al referirse al inicio de uno de los tantos videos de bromas a los padres que se encuentran en YouTube. En «Broma muy pesada a mi mamá que voy a ser papá!!!/Me pega!», la acción comienza con un muchacho llamando a su madre para comunicarle la noticia. Ella entra con el celular en la mano y buena parte de la escena transcurre con su hijo tratando de que despegue la mirada del teléfono. «El chico le quiere decir algo, hacerle el chiste de que dejó embarazada a una chica, pero ella no deja de mirar el celular y de apurarlo para que le diga rápido lo que tiene que decirle y la deje seguir con lo suyo», describe Ramos, docente y supervisora de la Institución Fernando Ulloa, quien agrega: «Esto es un llamado de atención de los chicos a los padres que les prestan muy poca atención, que los miran muy poco, los escuchan muy poco. La broma viene a suplir la dificultad para el diálogo entre padres e hijos, que es algo muy de esta época, algo que se ve en la clínica, y que trae mucha sintomatología, desde bulimia y anorexia hasta adicciones».
La broma termina mal. La noticia del embarazo dispara una andanada de sopapos que solo habrá de detenerse cuando el hijo devele el engaño y pida a su madre que salude a la cámara oculta en la habitación, y la madre vuelva a enojarse. Fin del video. Uno de tantos. La mayoría repite ese mismo esquema popularizado tiempo atrás por Marcelo Tinelli en sus programas: el hijo invita a su padre/madre a escena para deslizar una mentira y grabar la reacción, manteniendo el engaño hasta que la tensión alcanza su pico; entonces llega la verdad y abre una segunda instancia que gira en torno a cual será la reacción del engañado: conciliación o vuelta a los sopapos y/o improperios.
Hay bromas inocentes, otras de muy mal gusto, pero la primera distinción que realmente divide las aguas es si los videos son compartidos en redes con o sin la aprobación de los padres. «Cande empezó a hacer videos a los 10 años, y siempre los mira mi marido antes de que los suba», cuenta Natalia Razzetti, mamá de Candela, youtuber de 14 años. En algunos de sus videos, Cande le pide a su mamá o a su abuela que usen palabras de la jerga adolescente que no les salen o cuyo significado no entienden, o que se graben con aplicaciones del celular que requieren cierta práctica, que ellas obviamente no tienen.
«Lo hago con ellas porque a los adolescentes les causa gracia ver cómo los adultos hacen cosas que hacen los adolescentes -cuenta Cande-. Yo me río con ellas, no me burlo, pero capaz tiro algún comentario para que la gente se ría de sus reacciones. Trato de no abusarme, pero sí que quede como más divertido».
A Momo, de 13 años, también youtuber, son sus seguidores quienes le piden que grabe bromas a sus padres. «La temática del canal son sketchs, videos de actuación, de comedia, pero alguna que otra vez hice una broma y mis seguidores estaban a full que querían más bromas, y surgió: ¿por qué no le hacés una broma a tu mamá a ver cómo reacciona?», cuenta Momo, Morena Manenti, cuyo canal de YouTube tiene más de 235.000 seguidores. Uno de sus videos de bromas la muestra llamando por teléfono a su mamá para decirle que está saliendo con un chico de 17 años. «Ella está entrando en la adolescencia y sabe que salir con un chico mayor sería un ‘no’ rotundo -dice Silvana de los Ríos, mamá de Momo-. Pero ella tiene mucha comunicación conmigo, y por más que en el momento no sabía que era una broma, ella sí sabe que lo voy a tomar como un chiste. Sabe que está todo bien si no se pasa».
En el otro extremo están los que sí se pasan. Los que con sus bromas no respetan acuerdos de intimidad intrafamiliares. «Cuando me hicieron la broma de que se había suicidado Madonna, mis hijos trataron de convencerme de que estaba bien subirlo a redes, y me mostraban un montón de videos donde se veía a padres, madres, abuelos, a los cuales le daban la noticia de que una persona famosa se había suicidado. «¿Ves que no pasa nada?», me decían. Pero sí pasa, es la intimidad de la gente», sostiene Laura Vargues, y agrega: «Yo a mis hijos les pido permiso para subir alguna foto de ellos a mis redes sociales, pero me doy cuenta de que ellos no tienen los mismos criterios que yo, y que no se dan cuenta de cuáles son los criterios de qué es lo mostrable y qué no».
Criterios no compartidos, códigos ausentes, estas situaciones dejan expuesta una falta de sintonía fina (o gruesa) entre lo que padres e hijos piensan acerca de qué pertenece al terreno de la intimidad familiar, y qué no. «Es necesario establecer cierto código común. Incluso entendiendo que pueda haber códigos diferentes, un código común debe implicar el respeto de los códigos de cada uno. Habiendo respeto mutuo, esta diferencia debería llevar a una necesaria comunicación e intercambio», opina Nora Korenblit de Vinacur, psicoanalista especialista en niños y adolescentes, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
Una pregunta adicional es cuál es el código común en la familia, cómo se ha construido. Si los chicos se han acostumbrado a que su intimidad -desde su primer cambio de pañal hasta su último berrinche- ha sido compartida en redes sociales por sus padres, pueden naturalmente creer que ellos pueden hacer lo mismo. Aun así, el factor ridiculización exige un análisis diferencial. «En una familia en la que el chico graba bromas en las que se burla de la ignorancia de sus padres ante, por ejemplo, la tecnología, es muy probable que él haya sufrido bromas similares dentro del medio familiar», comenta Miguel Espeche, psicólogo coordinador del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano.
Brecha digital
En muchos casos, como este, la respuesta termina siendo un gesto de complicidad; en otros no, e incluso en algunos no hay respuesta ya que no hay pedido de autorización de por medio. «El otro día vino a casa un amigo de mi hijo y me dijo que se había divertido mucho con el video. ‘¿Qué video?’, le pregunté y ahí se dio cuenta de que había metido la pata -dice Inés Fernández, de 42 años, mamá de Javier, de 15-. Le pregunté a mi hijo y me dijo que me filmaba siempre que yo cantaba en el auto, y que después lo compartía en su grupo de WhatsApp para divertirse. Desde ese día cada vez que lo veo celular en mano lo obligo a que me muestre la pantalla».
Claro que la brecha de conocimiento que separa a los nativos digitales y a sus padres suele aparecer como insalvable. Según Vinacur, «muchas veces los padres creen que por su desconocimiento en comparación a la supuesta sabiduría de sus hijos deben rendirse a sus propias capacidades. Esto implica hacerse a un lado muchas veces creyendo que por su ignorancia digital sus hijos no los necesitan, cuando en realidad la identidad de un adolescente se basa en la presencia de adultos fuertes y presentes con los cuales poder confrontar».
«Es cierto que existe una brecha tecnológica muy grande, pero el verdadero problema no es ese sino la falta de interés de los padres de confrontar a sus hijos en la adolescencia – sostiene Hilda Catz, directora del Departamento de Niños y Adolescentes de la APA-. De ahí que estas bromas en las que los hijos ridiculizan a sus padres no son solo un juego, sino un pedido desesperado de encontrar a alguien que les diga que no, que eso no se puede».