Opinión de: Diana Ramos – Publicado en: La Nación
Reforzada por el acceso a las pantallas, la habitual tendencia al aislamiento de los adolescentes se presenta como uno de los puntos de conflicto de las familias en el verano.
Santiago ya avisó que a la playa no va. Así como su diciembre 2017 transcurre lánguidamente dentro de las cuatro paredes de su habitación, pretende que su enero 2018 no sea muy diferente, a pesar de que su familia planea disfrutar de la arena y del mar de Pinamar. «Desde que terminaron las clases, Santiago pasa todo el día en la habitación, chateando y jugando a la Play. Baja para comer, sí, pero a la pileta va sólo cuando le insistimos, por no decir que lo obligamos. Estoy pensando seriamente en apagar el módem y dejarlo sin Wi-Fi», comenta Mariela Suárez, de 42 años, mamá de Santiago, de 14.
«Hoy en día es muy frecuente que niños y adolescentes estén inmersos y sean atraídos por las nuevas tecnologías, a tal punto que les resulte más seductor inmiscuirse en el propio mundo -utilizando celulares, tabletas, consolas de juegos, computadoras- que intentar compartir tiempo en familia y, sobre todo, al aire libre», señala Celeste Celano, jefa de Pediatría del Sanatorio Modelo de Caseros, al tiempo que recuerda que en la adolescencia es habitual que los chicos busquen el encierro y el aislamiento. «No está mal, en tanto que sea en la medida justa, ya que forma parte del autoconocimiento. En todo caso, hay que acompañar y estar atentos a cualquier cambio abrupto y, a su vez, propiciar los encuentros en familia y con amigos -continúa-. En cuanto a los niños, si buscan aislarse con frecuencia, es necesario prestar atención al motivo que pueda estar originando esta conducta».
«Es muy frecuente que los chicos se queden encerrados en su mundo virtual, jugando con la Play o con el celular. Pero que sea frecuente no implica que no sea preocupante si pasa muchas horas aislado de vínculos de carne y hueso», advierte Eva Rotenberg, psicoterapeuta especializada en niños y directora de la Escuela para Padres. «Muchas veces los padres no registran cómo, sin darse cuenta, ayudaron a que sus hijos se vuelvan adictos a la tecnología. Al llegar cansados, les ponían dibujitos o les daban el celular para entretenerlos, en vez de contarles cuentos o jugar a adivinanzas u otros entretenimientos vinculares. Fueron perdiendo así diálogo durante la infancia de sus niños. Al llegar a la pubertad o la adolescencia ya se ha convertido en un modo de funcionamiento familiar. Si ahora los adultos lo empiezan a registrar es porque antes los padres podían decir » basta», pero ahora se ha convertido en «un derecho adquirido por la costumbre», y los padres se sienten sin recursos internos para saber cómo limitarlos sin violencia».
La psicoanalista Diana Ramos, docente y supervisora de la Institución Fernando Ulloa, coincide en que muchas veces el problema no radica en la tendencia de los adolescentes a encerrarse, sino en actitudes de los padres que la favorecen más allá de lo normal. «En una sociedad donde los chicos no paran de hacer actividades exigidos por sus padres, quienes a su vez son exigidos por los ideales de estos tiempos, los intervalos son vividos con mucha angustia. Y una respuesta es llenarlos con los objetos que el mercado impone. Los dispositivos tecnológicos llenan esos intervalos de una manera ideal, pero mientras tanto la comunicación y el diálogo se resienten. Al llegar las vacaciones, los padres quieren integrar lo que se ha desintegrado durante el transcurso del año, pero los chicos ya no pueden parar, porque han sido desalojados del diálogo y de la palabra».
Hacer las valijas
«Joaquín no preparó la ropa que va a llevar a las vacaciones, pero sí ya tiene listado y a mano el rubro tecnología: Play, tableta, cargadores… Le pregunté con ironía si no tenía pensado ir a la playa este año y él me respondió preguntándome muy serio si en el departamento que alquilamos hay aire acondicionado», dice con tono de queja Martín Miletti, de 45 años, papá de Nicolás, de 15, que el lunes parte de vacaciones a la costa. «Me veo venir una discusión interminable para que no se quede todo el tiempo en el departamento paveando con el celular», agregó.
«Estas actitudes, generalmente, provocan malestar en los padres y en la familia en general -comenta Celeste Celan-. Se gestan peleas, castigos e incluso preocupación, que lleva a los padres a consultar al pediatra».
«Para los padres que enfrentan esta problemática en el presente, deben saber que los hijos a cualquier edad necesitan que los padres los guíen, pero sin violencia -comenta Eva Rotenberg-. Lo peor es cuando ante la falta de confianza en su propia autoridad los padres bajan los brazos o se quieren imponer a la fuerza. Son dos extremos que muestran impotencia».
Lo que se viene, no hay dudas, es un momento de negociación en el que más vale maña y empatía que coacción y autoritarismo, Y, por sobre todo, tener en cuenta que si el «encierro» adolescente fue el telón de fondo de la convivencia familiar del año escolar/laboral, no es algo que se pueda revertir de un día para otro con la excusa del sol y de la playa. «Los padres tienen que tomarse el tiempo para escuchar a sus hijos, comunicarse, alojarlos en su singularidad -concluye Diana Ramos-. En definitiva, hacerle lugar a la palabra».