Por Julián N. Abraham
Dar cuenta de un diagnóstico hacia la clínica en psicoanálisis nos presenta siempre un desafío. En los avatares de la escucha inicial nos proponemos no ejecutar tendenciosamente una orientación selectiva que condicione las futuras entrevistas.
Ha sido desde hace ya muchos años una consigna prínceps dentro del psicoanálisis. Aun así, la persona allí encargada de la función que dirige un propósito incipiente, se puede ver compelida a no perderse nada, a tomar nota, a registrar cada detalle de la historia.
Presentación: ¿qué condiciona un afuera?
Les refiero el caso de una paciente que se encontraba inserta en un dispositivo terapéutico allá por el año 2022. Estela (62 años) había entrado en un cuadro depresivo severo, así al menos había sido diagnosticada. Se encontraba en tratamiento psiquiátrico y el cóctel de psicofármacos que ingería diariamente estaba compuesto por antidepresivos, antipsicóticos, estabilizadores del ánimo y los ansiolíticos tan presentes de hoy en día.
A su vez, en cuanto a su sintomatología, lo que más alertaba al equipo interdisciplinario era su negación a continuar con la medicación, por lo cual, la psicóloga tratante la amenazó con posible internación de concretarse esa interrupción farmacológica y, a su vez, la derivó para que la pudiera seguir escuchando en un nuevo inicio de relato, o al menos, de lo que ello podría retornar a partir de ahora. Para ese entonces encontrábamos que no salía de su casa, pasaba muchas horas en la cama, se generaba atracones diariamente y la comunicación con sus amigas –aunque persistía– en la mayoría de las veces era telefónica.
En cuanto a su familia, su padre había fallecido hacía cinco años y su madre más de diez. En el momento de tratamiento tiene un hermano nueve años mayor, y aunque había estado en relaciones tumultuosas con alguna pareja durante varios años, en dos ocasiones había decidido interrumpir embarazos; por estos actuales tiempos era un dolor tramitar el hecho de no haber sido madre, ella se presentaba diciendo que le había dedicado gran parte de su vida al trabajo. Así había sido, encargada de algunos negocios, responsable de área, se mostraba excelente con los números, había realizado un intento de estudiar la carrera de contaduría, pero había desistido ante la propuesta de negocio que le propuso su padre para que llevara adelante junto a su hermano.
Al recibir en los primeros encuentros su desesperanza por lo que no pudo tener o disfrutar de su pasado, lo que retorna continuamente es un exacto registro del paso del tiempo, las horas y los días se cuentan, avanzan, progresan. Pero el devenir de un acto está revestido por un vendaje sofocante, las tiras blancas que representan una inocente pulcritud o tal vez el matrimonio fallido (no llegó a casarse con sus parejas) estaban encimadas unas sobre otras, giraban en torno de este cuerpo casi inerte, cual si fuera una momificación. La templanza acorde al acto analítico se inmiscuye en la palabra, intentando que a partir del sucesivo movimiento de fonemas los vendajes puedan desprenderse y el cuerpo hincado de heridas se trastoque en cicatrices.
La pregunta que nos habita en él mientras tanto y ante este tipo de consultas es la dimensión transferencial, requisito ineludible para un posible análisis. Retomando lo que planteábamos en un comienzo sobre la elucidación diagnóstica y habiendo referido al cuadro sintomático, no podemos evitar pensar en la melancolía. Sabemos que el término habitual desde los manuales diagnósticos lo encontramos bajo la denominación de trastorno depresivo, en nuestra área de interés lo hemos distinguido del duelo, a partir de Freud, ya su vez, encontramos que escribe en “Neurosis y psicosis” (1924): “El análisis nos da cierto derecho a suponer que la melancolía es un paradigma de este grupo, por lo cual reclamaríamos para esas perturbaciones el nombre de ‘psiconeurosis narcisistas’”, diferenciándolas de las neurosis de transferencia y las psicosis, puntualizando el conflicto existente entre el yo y el superyó. Este es uno de los puntos de interés que nos planteamos en la dirección de la cura. ¿Cómo dar continuidad en la consulta cuando la neurosis no es de transferencia? Uno de los principales desafíos es tener en cuenta que algo propio de lo transferencial que acontece toca al psicoanalista. Volviendo a la pregunta sobre el sujeto de deseo, ¿es posible que así como el sujeto deseante en los cuadros melancolizados se trastoque al deseo del analista? Es decir, no descartamos que no haya deseo en la melancolía, como tampoco lo hacemos en las psicosis. “La pregunta no sería entonces la de la ausencia del deseo en la psicosis sino la de la presencia de un deseo que no está simbolizado por el Nombre-del-Padre, es decir, un deseo que no está anudado a la ley del padre, dimensión que caracteriza la posición del psicótico en tanto rechazo de la impostura paterna” (De Battista, 2015). Si pudiéramos trazar la relación existente entre el yo del melancólico y el sujeto deseante, arribaríamos a la pregunta que se hace Emilio Vaschetto (2015): “¿El melancólico ama su melancolía?”. Es decir, en la inmersión discursiva que acontece en los sucesivos encuentros lo que se repite son los autorreproches y la autodenigración con férrea pasión. Este aspecto es el que puede en lo sucesivo socavar al deseo del analista, convencerle una y otra vez de que nada hay por hacer allí.
A modo de concluir buscaremos algunas intelecciones sobre el desafío propuesto y que representa a un buen número de consultantes en estos últimos tiempos.
La circularidad que le acontece al padeciente melancólico cercena el lazo hacia los otros, niega las fuentes que se encuentran a disposición, atrofia la línea de la temporalidad in-distinguiendo pasado, presente y futuro; y por momentos recurre a una hipérbole sobre los hechos acontecidos.
Con el correr de los meses Estela comenzó a realizar algunas actividades que recompusieron su estar-en-el-mundo. Se anotó para hacer clases de pilates dos veces por semana, tiempo después retomó el contacto presencial con algunas amigas, se inscribió y comenzó clases de inglés, más de un año y medio después pudo viajar por fuera del país, logrando así vencer una experiencia pasada en la cual había intentado realizar dicho viaje y por síntomas presentes había desistido.
Somos precavidos en todos los casos, y eso determina que no deberíamos dar por definitivo un estado con mayor o menor presencia de síntomas. Por ende, la condición de un afuera es ineludible al encuentro con lo real, si lo circunscribimos a la oposición que este presenta, por quedar expulsado de lo simbólico e imaginario. Si lo tradujéramos sin tanto tecnicismo lacaniano: lo que condiciona al sujeto padeciente en un cuadro clínico semejable a toda la extensión sobre los denominados trastornos de la depresión, y le lleva a construir un blindaje que no permite intercambio con los objetos del mundo, remite a una interiorización vocal, pulsional, ligada íntimamente con el superyó, y en el caso de Estela, nos traía varias escenas infantiles donde el rigor, la alimentación y el desarrollo de los cuerpos tenían vital frecuencia e importancia en las conversaciones familiares. Esas escenas, sumadas posteriormente a la dificultad en la consumación de parejas exogámicas, la interrupción de los embarazos, la finalización de una etapa laboral y por último, el encierro en el período de pandemia, conmovieron de tal forma que produjo una respuesta paradójica, una inmensa quietud.