Texto extraido del libro «Ansiedad y Angustia. Las manifestaciones clínicas de nuestra época.»
Por Fabiana Barroso
Sabemos bien en el análisis la importancia que tuvo para un sujeto, vale decir, aquello que en ese entonces no era absolutamente nada, la manera en que fue deseado. Hay gente que vive bajo el efecto, que durará largo tiempo en sus vidas, bajo el efecto del hecho de que uno de los dos padres […] no lo deseó. […]. Los padres modelan al sujeto en esa función que titulé como simbolismo. Lo que quiere decir, estrictamente, no que el niño sea el principio de un símbolo, sino que la manera en que le ha sido instilado el modo de hablar, no puede sino llevar la marca del modo bajo el cual lo aceptaron los padres.
Jacques Lacan
En la clínica con jóvenes con anorexia mental es usual que sean los padres quienes se acercan a la institución o a la consulta particular. En ambos casos los tratamientos comienzan con entrevistas en las que escuchamos a mamás que tienen mucha información sobre el tema, al mismo tiempo que se sienten impotentes para torcer el rechazo de sus hijos a aceptar cualquier forma de ayuda. A padres excluidos de los tratamientos o autoexcluidos, que repelen a los profesionales que los reciben. Puede ser que en los inicios adopten una actitud competitiva con el equipo, o el profesional, al que ven como “un buen padre” o “buena madre”, lo que ellos creen que no han sido o no lo son.
Los analistas solemos encontrarnos ante diferentes niveles de demandas en las conversaciones que sostenemos con los adultos. Por un lado, seguimos el hilo de los relatos, que suelen poner el acento en la preocupación real por el grave estado de consunción y la negativa a alimentarse de los hijos, lo que suele despertar enojos entre sí y hacia la institución, o al profesional, así como culpas e intensos sentimientos de descalificación e impotencia. ¿Cómo hacer jugar las condiciones de posibilidad de ingreso a un tratamiento, contemplando los límites de cada familia o pareja parental?
En los inicios, a la familia se le demanda que asegure que su hijo/a siga el tratamiento. Cuando se alcanza algún grado de aceptación y un principio de acuerdo que enmarque mínimas condiciones inviolables con el paciente y sus padres, abrimos una puerta, internando al paciente o no, según la gravedad. A lo largo de cada uno de los encuentros se montan complejos escenarios y maneras singulares de habitarlos, que oscilan entre la indiferencia y casi total ausencia de contacto en algunos casos, al contacto “loco”, es decir, situaciones riesgosas plagadas de actings, encuentros pasionales de los padres para con el paciente, para con los analistas o del paciente para con ambos. ¿Qué nos aporta y que implicancias tiene la consideración de la familia en la clínica que describimos?
Juan es papá de un niño que no come, y por el que llega a consultarnos. Como si se tratase de un caso de “hospitalismo”, su hijo pareciera estar en la vida, sin vida; muy cuidado por su mamá, excesivamente cuidado, según los relatos del papá. Ella trabaja en instituciones de salud,muchas horas al día, las que cumple sin negociar reducciones. Según Juan, los encuentros familiares no los liga afectivamente. Suele ser él quien lleva al niño a la plaza y quien mira con preocupación su desinterés por el juego y los amiguitos, quién negocia el horario laboral para llevarlo al tratamiento en el hospital, quien habla con los profesionales a cargo, quien angustiado ve a su mujer navegar entre el excesivo cuidado por obedecer y hacer obedecer las consignas pautadas para el tratamiento de su hijo y la desimplicación afectiva, sobre el fondo de un intenso sentimiento de culpa.
Ambos asisten a entrevistas de pareja, sugeridas por el profesional pero interrumpidas por la mujer luego de la primera, cuando la analista la invita a hablar, demanda que rechaza. Él, en cambio, continúa y refiere preocupación por lo que ella omite decir sobre su historia y él considera importante, lo que relaciona con sus dificultades de conexión. Por ejemplo, que es la menor de dos hermanos, habiendo muerto el primero en circunstancias que la familia silencia; que nunca sintió real interés de sus padres, aunque nació luego de esa muerte.
El primer tratamiento que eligen para su hijo es en una institución de salud mental infantil que, en sintonía con la estructura de ella, consiste en cumplir consignas. Ella debe relacionarse con un hijo que tiene este problema, debe imprimir ritmos y rituales a la hora de la alimentación, ofrecerle espacios con amigos en la plaza y en la escuela, etc., como si fuesen cosas que se aprenden. Obedece, cumple y hace cumplir las pautas a quien está a cargo del cuidado del niño, ya que no le es posible regular sus horarios laborales. Las escenas se desarrollan en un lenguaje de instrucciones y de obediencias. El niño comienza a alimentarse y a relacionarse con otros chicos.
Cinco años después, el padre vuelve a consultar preocupado. Su hijo, ahora de 12 años, tuvo 2 internaciones clínicas para ser alimentado por vía parenteral (por sonda nasogástrica) porque volvió a “no comer”, lo que el padre nombra como “retorno de su afección”. “¿Por qué?”, pregunta Juan. Para enterarnos, la mamá también tendría que aceptar venir a las entrevistas. Nos interesa convocarla, advertidos de las razones que, si bien se ignoran, suelen liquidar cualquier movimiento que amenace el sostén y desate en ella un torbellino melancólico. Lo cierto es que su presencia porta una demanda: poder conectarse de manera deseante con su hijo. Juan regresa porque su hijo fue internado y como el alimento que le pasan por sonda le resulta violatorio, hace trampa y “enchufa” el conducto al colchón. Estar internado y alimentarse es, para este joven, intrusivo.
La posición del analista
Cómo introducir la lógica de la cura cuando el fundamento del “[…] tejido simbólico está dañado para argumentar o historizar el trauma, cuando no se cuenta más que con el lazo confiable y respetuoso del analista, su espacio, su tiempo, su paciencia, incluso su historia para representar lo irrepresentable” (Davoine y Gaudillière, 2011). ¿Cómo trabaja el analista en estos casos? ¿Cómo colegir lo reprimido allí? Retomando a Freud, por la vía de la construcción, recogiendo retazos de una historia, empezamos por el decir de los padres.
El joven paciente, mediante actos, actings y pasajes al acto, muestra el rechazo por el inconsciente, por su traducción, pero aun así, no deja de ser un componente que se entrega, material de análisis. La atención en estos casos no es flotante, sino calculada, atenta y focalizada a construir, con los retazos que se dejan oír y ver, una lógica. ¿Cómo armarle el saber al paciente? Para que se despliegue el escenario de la transferencia, primero hay que armar el escenario, ofrecer un campo que se vuelva escenificación y desde la escenificación pasar al saber, a la construcción de la representación-palabra.
Que el analista sea el soporte de ese tiempo primero de silencios será la condición que oriente al sujeto del estado de repliegue a la construcción de otra escena que no apunta al saber de la interpretación, sino a la espera de un acontecimiento que abra un espacio novedoso para ambos. Construyendo el inconsciente de la segunda tópica, no el de contenidos sino de mecanismos de funcionamiento, lo que da una variedad de posiciones en análisis que permite maniobrar con la compulsión de repetición cuando hay un tope en la formación del inconsciente. Los efectos pueden (como sucedió en este caso) ir en ambas direcciones: madre e hijo. Así establecemos las condiciones de posibilidad para el inicio de un tratamiento, porque si no tejemos una superficie primero, ¿sobre qué operaremos los cortes?