Texto extraido del libro «Ansiedad y Angustia. Las manifestaciones clínicas de nuestra época.»
Por Sofía Jáuregui
El siguiente trabajo de articulación teórico-clínica supone enlazar algunos de los conceptos fundamentales en la clínica del sujeto: angustia, deseo, goce y fantasma. Para ello contaremos con los desarrollos de la obra freudiana y lo que Lacan nos enseña en su transmisión.
En la clínica nos encontramos con la existencia de muchos afectos: dolor, impotencia, tristeza, felicidad, pudor, vergüenza, aburrimiento, por nombrar algunos. Aquí nos interesa la angustia porque, como veremos, la misma tiene una estrecha relación de estructura con lo que es un sujeto para el psicoanálisis.
Al comienzo de una demanda de análisis nos encontramos con el afecto en forma de sufrimiento, el cual espera la curación, o el alivio. Tanto para Freud como para Lacan, la angustia es un afecto.
Dice Freud en “Inhibición, síntoma y angustia” (1926), que este estado afectivo tiene un “carácter displacentero y conlleva sensaciones corporales más determinadas que referimos a ciertos órganos; las más frecuentes y nítidas son las que sobrevienen en los órganos de la respiración y en el corazón”. Es decir, la angustia es un estado relacionado al displacer que implica formas de descarga en el cuerpo: la angustia se experimenta, se siente y siempre implica manifestaciones corporales importantes como el nudo en la garganta, las palpitaciones, la opresión en el pecho, entre otras.
La tesis freudiana nos enseña que el afecto no está reprimido, sino las representaciones, significantes (dirá Lacan), que lo amarran. “El afecto está desarrumado, va a la deriva. Lo encontramos desplazado, loco, metabolizado, invertido, pero no está reprimido” (Lacan, Seminario 10, p. 23).
Decíamos que Freud va a hablar de quantum de afecto para decir que este se encuentra desconectado de su causa original; entonces el afecto, pasando de representación en representación, engaña sobre su origen. Esta es la tesis freudiana desde “Proyecto de Psicología para neurólogos”.
Acerca de esta tesis, Lacan en el Seminario 10, va a ir más allá al plantear que la verdadera sustancia de la angustia radica en que es un “afecto que no engaña”, fórmula crucial y que se vuelve sentencia y se asienta como punto de anclaje de diversos desarrollos; como el que señala Colette Soler en su libro Los afectos lacanianos al decir, a partir de allí, que la angustia es un “afecto de excepción” (Soler, 2016), ya que se aparta de la regla o su generalidad.
Podemos preguntarnos: ¿de qué se aparta la angustia? De confundirse con otros afectos porque, en la angustia como tal, el sujeto se siente implicado, concernido en lo más íntimo de sí, es decir, esa amenaza oscura y sufrida, de la cual el sujeto no sabría decir, pero que le concierne.
Articulemos con un recorte clínico para vislumbrar los aportes teóricos.
B. tiene 40 años, trabaja en un comercio y tiene 2 hijos. Cuando llega al consultorio dice: “Hace un tiempo me separé de mi pareja, madre de mis hijos, y de allí me siento angustiado y triste. Me doy cuenta de que cuando estaba en pareja, pierdo confianza en mí, dejo se ser quien soy y pierdo seguridad. Quiero saber qué me pasa con esto, porque me va a seguir pasando”.
Decíamos que, en la angustia, al sujeto algo le concierne, hay una inminencia de algo no sabido y que le apunta. Hacia ese saber (saber no sabido, saber del inconsciente) nos dirigimos en análisis.
Hacia esta dirección, con el paso de las sesiones, B. podía ir diciendo algo más: “Cuando estoy en pareja, dejo todo en manos de la otra persona y luego me quedo sin nada, siento que la pierdo a ella, al amor que le siento, y también me pierdo a mí”. Podemos pensar, aquí, en aquello que nos enseñaba Freud acerca de la angustia como reacción ante la pérdida del objeto, vivencia que retorna desde el punto de desvalimiento psíquico experimentada en tiempos primarios.
Avanzando sobre la clínica de la pregunta, posición fundamental del analista que permite la apertura del inconsciente, B. iba dando cuenta de sus propios significantes, los cuales enunciaban, a la escucha del analista, su posición fantasmática: “Frente a lo femenino siempre estoy en desventaja, siempre me siento achicado”.
Es por la vía del significante, “achicado”, donde apareció ampliado (paradojalmente) el punto de anclaje para pensar la angustia, entendiendo, como ya señalamos, en que esta no engaña, estableciendo así lo que está fuera de duda: una certeza horrible.
Pero, ¿de qué certeza hablamos? De una que opera como señal de amenaza para el yo, amenaza que revela algo cercano: la inminencia de reducirse al estatuto de objeto, momento de destitución subjetiva.
En el recorte clínico postulado, podemos pensar que en el significante “achicado”, quedaba desvelada la posición subjetiva y el punto de amarre de la angustia: achicado es la posición deseante, reducido al lugar de objeto plus de goce.
Lacan se va a servir del objeto a (su gran invención) para decir que es falso decir que la angustia carece de objeto. La angustia tiene otra clase de objeto: objeto a.
Podemos decir que el objeto a es lo que falta, aquella parte perdida por efecto del lenguaje en el hablante ser. Dicho de otro modo, el objeto a es lo que falta y lo que todos los otros objetos que no faltan en la realidad intentan hacer olvidar.
El objeto a puede estar en lugar de causa del deseo o en lugar de plus de goce (goce parasitario), lo que ocurre en la angustia. Allí el sujeto aparece identificado con el objeto y postergado como sujeto del deseo, identificado a un objeto que se ofrece al Otro. En términos de Lacan, el neurótico es el que rebaja su deseo a la demanda del Otro. Por eso decimos que la estructura de la angustia sería que ella se produce cuando algo aparece o aparecerá en este lugar vacío, es decir, cuando falta la falta.
Cuando falta la falta, está fijado el goce, por lo tanto, está obstaculizada la posición deseante del sujeto, es por eso que la angustia se articula con el deseo. La manera de estar fijado a un goce va a estar relacionada, también, con el fantasma, es decir, con el lugar que el sujeto arma como respuesta al deseo del Otro.
El desafío que se nos presenta en la clínica, entonces, es importante: ante la angustia que insiste, el analista no retrocede, ya que es la brújula que guía la escucha en la dirección de la cura, dirección que consistirá en la redistribución del goce, es decir, que el fantasma se articule con el objeto como causa de deseo.