La angustia refiere a un estado afectivo sentido como congoja, entre la pena y el agobio, que impacta sobre el cuerpo.
Las manifestaciones en el cuerpo van desde dolores en el pecho, taquicardia, sudoración, falta de aire, contracturas musculares, dolores estomacales, etc.
A diferencia del miedo, no hay un objeto concreto o una situación específica que la despierte. Por este motivo, al sujeto le resulta difícil, en muchas oportunidades, encontrarle una causa directa que la haya despertado.
La investigación clínica psicoanalítica descubre que la angustia es una señal, que si se la soporta y se la atraviesa, a través del acompañamiento terapéutico, le indica al sujeto que se haya bajo la oportunidad de realizar un cambio novedoso, que será muy positivo para su vida, en tanto le brinda la ocasión de cambiar su posición subjetiva y así, darle un mejor lugar a sus deseos.
Por este motivo, insistimos en la necesidad de que la angustia no se tape, ni con psicofármacos, ni con objetos de consumo, que es lo que la sociedad actual ofrece constantemente.
Asimismo, conscientes de que la angustia resulta displacentera y acarrea malestar psíquico, anímico y corporal, insistimos en la importancia que tiene consultar a un psicoterapeuta.
El analista va a alojar al sujeto y a la angustia, para ponerla en palabras, y así abrir el marco de las representaciones allí donde sólo hay afecto displacentero.
De esta manera, se logrará, vínculo terapéutico mediante, que se abra la puerta de salida de la angustia y se de paso a una mejor posición en la vida, que permita disfrutarla y valorarla.
La angustia, que se podrá tolerar en tanto el sujeto esté acompañado en esta travesía, es la llave misma que va abriendo los portones del malestar al bien-estar subjetivo.