La investigación clínica psicoanalítica comprueba la frecuencia con la que se presentan, en todas las épocas, los secretos dentro de una familia. Se entiende por secreto, aquello que se mantiene oculto y cuidadosamente reservado. Refiere a un conocimiento que posee exclusivamente un miembro de la familia, negándosele a otro miembro el derecho a saber algo, de lo que debería estar informado.
Los secretos familiares pueden referirse a adopciones ilegales, abusos sexuales, infidelidades, cualquier tipo de violencia, hijos extramatrimoniales, y otros tantos ejemplos.
En este sentido se diferencian de la privacidad, la cual es entendida como aquella cuestión privada de una familia, que entre todos deciden no mostrar. La diferencia fundamental con el secreto es que los hechos privados son algo de lo que todos los miembros participan y comparten.
El creador del psicoanálisis Sigmund Freud afirma: “Los mortales no pueden guardar ningún secreto, les sale por los poros”.
Esto quiere decir que el secreto es una verdad sustraída por alguien. En el caso de una familia, sus miembros percibirán y girarán sin cesar en relación a ese vacío no dicho, ese “algo” que se intenta ocultar.
Por este motivo, el secreto –es lo que ocurre indefectiblemente– va a terminar manifestándose, de la peor manera, a raíz de que justamente no es verbalizado.
¿Por qué afirmamos esto? Porque aquello que se intenta mantener al margen de la palabra para otras personas, retornará a través de síntomas, inhibiciones, enfermedades en el cuerpo, depresiones –muchas veces severas–, intentos de suicidio, entre otras expresiones.
Los efectos patológicos mencionados se propagan, de no ser revelado y elaborado el secreto, de generación en generación. A este pasaje se lo denomina “transmisión transgeneracional”.
Podemos formularlo de la siguiente manera:
1) Para quienes lo vivieron, los acontecimientos son indecibles.
2) En la siguiente generación, en tanto hay ausencia de representación verbal (de palabras), estos sucesos son innombrables.
3) En la tercera generación, los secretos que se acarrean a lo largo de tanto tiempo, se tornan impensables y se transmutan en sensaciones corporales, síntomas de todo tipo, fenómenos psicosomáticos, depresiones, melancolizaciones.
Las diferentes generaciones mencionadas recibirán los efectos patológicos que acarrean los secretos, incluidos los duelos suspendidos de los traumatismos no elaborados.
Demás está decir, entonces, que resulta prioritario para toda familia y/o cualquier vínculo, desarmar y desandar el/los secretos familiares, descoagularlos a través de la palabra.
Dicho develamiento permitirá el desarrollo dentro de la familia, y/o del vínculo, de subjetividades deseantes, a diferencia de sujetos hipotecados por un secreto perturbador, que siempre estará al acecho. Cabe aclarar que en muchas oportunidades, la familia y/o alguno de sus miembros necesita de la ayuda psicoterapéutica que, a modo de un tercero de apelación, contribuya a quebrar el “secreto familiar” del que todos están presos y que, sin embargo, afecta más al sujeto que quedó excluido de su derecho a la verdad. Este último es el que, en general se comprueba, sufre las peores consecuencias, expresadas, como decíamos, a través de una sombra que oscurece su vida y de patologías de diversa índole: psíquicas, físicas y orgánicas.